Por Manuel Mudry
Nos estamos mal acostumbrando a observar con apatía los hechos que se observan en el último tiempo en el marco de una sociedad cada vez más irascible e intolerante.
Generalmente se utilizan como escenario los eventos de convocatoria masiva, donde el agresor puede mimetizarse en el montón pero que dejan su secuela.
Es muy común vivir ese tipo de situaciones en los estadios donde, tanto el público como los protagonistas, pierden los estribos y no se miden las consecuencias.
El hecho se agrava cuando los afectados son niños y quienes incitan a la violencia son los mismos padres, que terminan exponiendo sus propias miserias.
Quienes tenemos algunos años hemos recibido una enseñanza que tenía otra escala de valores y nos inculcaron que el comportamiento público siempre debía ser una norma de conducta inviolable.
Hoy la sociedad vive una realidad marcadamente diferente y todo puede suceder en la más absoluta impunidad, sin medir las consecuencias que la expresión de una palabra puede generar en la cabeza de un chico que solo toma el deporte como un juego, donde el principal objetivo debe ser divertirse y la consigna no siempre será ganar.
Los niños ven en sus padres el modelo a seguir, por eso es fundamental el ejemplo que le podemos dar.
Es importante que los mayores no les traslademos nuestras frustraciones a los más chicos porque estaremos truncándoles los sueños y la capacidad de disfrutar que tiende cualquier disciplina, tanto individual como colectiva.
Amor por una divisa está bien, pasión por un deporte es muy bueno, pero que la violencia nunca empañe la alegría de disfrutarlo.
Y ya que hablamos de juego, sería bueno “poner la pelota contra el piso” o “barajar y dar de nuevo”. Seguro estamos a tiempo.