Discurso del convencional Emiliano Peralta en el cierre de la Convención Reformadora

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Sr. Presidente, Sres. Convencionales:

Práctica inusual en mí, hoy quizás por la emoción que me invade en este momento, solicitaré permiso para leer, Presidente.

Hemos llegado al final de este largo proceso de Reforma de la Constitución.
Hablo de proceso, pues involucró desde la discusión parlamentaria sobre la ley de necesidad de reforma (su oportunidad, su contenido, el modo de elección de los convencionales… el sentido indicado que debían tener los artículos…) hasta la Convención en sí misma.

No es novedad que de ello he sido muy crítico. Y sostengo lo oportunamente dicho.
Pero también es cierto que, propio de la naturaleza humana, uno llega a estas instancias con ciertos prejuicios, preconceptos o ideas sobre personas o espacios políticos que no terminan siendo enteramente ciertas.

Será muy breve mi comentario sobre el fondo del articulado porque no es el objeto principal de estas palabras:

Debo decir que en algunos temas (por ejemplo, composición de la futura cámara de diputados e inmunidades parlamentarias) salimos con una constitución mejor que la que teníamos; en otros, me atrevo a humildemente manifestar preocupación: es el ámbito del diseño de la justicia la que a mi entender, se inserta en la columna del “debe” con mayúsculas de esta Convención. Considero realmente una oportunidad perdida por establecer mecanismos que permitan la selección de los varones y mujeres más idóneos de nuestra Provincia para la sensible tarea de dirimir los conflictos de atribuciones de derechos, deberes y obligaciones entre los ciudadanos y entre el estado y los habitantes de esta provincia.

Pero esta Convención no se trató sólo de rediseñar la estructura estatal, sino también de discutir y plasmar principios, declaraciones y derechos, todo lo cual es indudablemente atravesado por las concepciones políticas, éticas y filosóficas de nosotros los convencionales; y hasta las religiosas o espirituales.

Encuentro en este bloque temático, quizás, las mayores diferencias con muchas de las cláusulas que hemos plasmado en este texto y que se representan por ejemplo, en visiones completa o diametralmente opuestas respecto del “derecho a la ciudad”, o concepciones distintas respecto al sistema educativo. Entiendo, también, que fruto de la heterogeneidad de pensamiento en el amplio abanico ideológico de la primera minoría, muchos debates que se daban puertas adentro, llegaban a un punto de consenso donde cualquier opinión opositora pudiera hacer crujir esos acuerdos; todo esto, tensionó y muchas veces impidió, una mayor apertura hacia los bloques opositores.

Pero, Presidente, de nada sirve ahondar en las diferencias porque sí.

Mire, cuando mi compañera de bloque me convocó para integrar una lista de convencionales, sentí una enorme alegría, pero también una mayúscula responsabilidad. Supongo, tal vez, que así se sentirá un jugador de fútbol profesional cuando recibe el llamado del DT de turno para integrar la nómina de jugadores de cara al Mundial de fútbol con su selección. ALEGRÍA, pero RESPONSABILIDAD inmensa.
No debe haber quizás, para un hombre de leyes, cita mayor que la de redactar una Carta Magna. Es el contrato fundamental de su sociedad, en la que vive y en la que proyecta vivir.

Y así, llegué a esta convención: sabiendo que quizás me toque estar en una postura minoritaria, pero decidido a hacer oír la voz de quienes confiaron en mí, en nosotros, nos hayan votado o no. Espero, Presidente, haber estado a la altura de tamaño compromiso cívico. A ello lo juzgará el pueblo de la Provincia en cada esquina que me cruce con un vecino; la historia, cuando lean las páginas que hoy escribimos; y Dios, cuando llegue el momento del descanso eterno. Sí tengo la certeza de que jamás se me pedirá que rinda cuenta de las victorias obtenidas, pero sí de las batallas libradas con hidalguía y eso, en alguna medida, me da tranquilidad.

Llegamos al final de un camino exigente. Dejamos lejos a nuestras familias, a nuestros amigos. Hubo cansancio, frustraciones, enojos, discusiones acaloradas y hasta momentos en que parecía que nada podía unirnos. Quizás allí faltó generosidad, o sobró la desconfianza. Pero también hubo oportunidad de encuentro, de escucha y de coraje cívico.

Y creo que fue ello lo que mantuvo vivo el espíritu de esta Convención.
Tengo la tranquilidad de haber puesto sobre la mesa nuestras diferencias con claridad y de frente, pero con un inmenso respeto, aún en la discusión acalorada.

Muchas veces me sentí en minoría o que me encontraba remando contra la corriente. No importa; no lo digo con reproche sino con orgullo: vine a esta Convención a defender mis convicciones.

Pero a su vez sé que cada uno de ustedes también lo hizo; y con la misma pasión.
Parto de la buena fe de las personas y espero no estar equivocado en esta materia. Sí, pensamos distinto. Pero si algo aprendí en este proceso es que esa diferencia está muy lejos de ser enemistad. No son mis enemigos (enemigos son la indeferencia, la corrupción, la injusticia); ustedes son mis adversarios, mis adversarios que -desde otra mirada- también quieren una provincia mejor. Discutimos fuerte, y nos enojamos. Si se quiere, en el “poroteo” me voy con más “derrotas” que victorias de esta Convención. Pero me voy también con la certeza de que en un mundo cada vez más polarizado, cada vez más violento, cada vez menos humano, aún en las profundas diferencias hay lugar para el encuentro.

Nuestras diferencias son reales, pero más reales son los desafíos que enfrenta esta Provincia y el objetivo que todos queremos: darles a nuestros coprovincianos un presente y un futuro digno.
Es que el futuro no está escrito en un papel: el futuro está por escribirse en un pueblo que esté de pie, orgulloso de su historia y sus valores y dispuesto a conquistar un mágico porvenir.

Nuestra Provincia debe ser faro de un pueblo que aún busca la unidad nacional.
Si tal como dice nuestro Preámbulo y lo hicieron los Convencionales de 1853 al inaugurar la etapa del estado Argentino, invocamos a Dios, fuente de toda razón y justicia, ablandamos los corazones y abrimos nuestras cabezas, irremediablemente hemos de conseguir el fin último que tiene un político: que es la felicidad de nuestro pueblo.-