Se cumplen 16 años de la tragedia de Ecos: el recuerdo de un testigo presencial del horror

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El 8 de octubre de 2006, nueve alumnos y una docente de un colegio porteño murieron trágicamente. Fue antes de la medianoche cuando un camión chocó de frente al colectivo en el que viajaban, cerca de Margarita. En 2012, InfoVera entrevistó a Miguel Sotelo, que volvía de dirigir un partido de fútbol y presenció la catástrofe. Aquí revivimos aquella crónica. 

Eran las 22.30 del domingo 8 de octubre de 2006, cuando el destino trágico se apoderó del micro de la empresa Godoy en el que regresaban de realizar una acción solidaria en la escuela rural El Paraisal, de Quitilipi, Chaco, alumnos, docentes y padres del Colegio Ecos de Villa Crespo.

Un camión que circulaba hacia el norte cargado con cueros lo impactó de frente, arrancando de cuajo gran parte del sector frontal y lateral derecho del semi de doble piso. El siniestro se produjo a poca distancia del paraje rural Kilómetro 213, distrito Margarita, equidistante de Calchaquí y esa localidad. Perdieron la vida 9 alumnos de entre 15 y 18 años, una docente, el chofer del camión Ángel Soto y su acompañante.

A seis años de una de las mayores tragedias viales del norte santafesino, un testigo presencial del luctuoso accidente recordó con dolor lo ocurrido y advirtió que las condiciones de circulación por la “ruta de la muerte” siguen siendo las mismas.

Miguel Sotelo es árbitro de fútbol y periodista. Vive en La Gallareta. En auto, volvía de dirigir un partido en Calchaquí y pasaba justo por el lugar cuando se desató el espanto. “Cada vez que me toca vivir de nuevo esta fecha, a pesar de que los años transcurren, sigue estando grabado en mi mente lo que ha pasado”, memoró, con pesar.

“Yo venía de dirigir un partido de fútbol en Calchaquí y cuando llegamos a la altura del paraje Kilómetro 213, nos encontramos con un camión que circulaba por la Ruta Nacional 11 de sur a norte, igual que nosotros”, reconstruyó, para El Litoral.

Pero, repasó, cuando de repente “nos fuimos acercando y poniéndonos detrás del acoplado nos dimos cuenta de que el camión iba haciendo zigzag sobre la ruta y lo primero que pensamos es que el conductor se había dormido”. Al principio nos distanciamos un poquito pero desde más lejos seguíamos viendo que “seguía yendo de lado a lado de la carpeta asfáltica”.

Ya para ese momento “decidimos tratar de pasarlo, veníamos tomando gaseosa y pensamos en tirarle con la botella de plástico contra el parabrisas para que el que conducía se despertara. Pero, en realidad, no pasaron muchos metros cuando pudimos escuchar el impacto del choque con el micro” donde viajaban los chicos que murieron, acotó, con tono grave, seguramente dictado por la vuelta atrás a la imagen del horror.

Sotelo continuó con su narración lineal y precisó que “cuando vemos el accidente, detenemos la marcha, paramos a no más que a 50 metros, detrás nuestro venían también los jugadores de los clubes Sarmiento y Central Colonia que habían jugado -por motivos de seguridad- en Calchaquí el clásico de Margarita, que pararon también inmediatamente”.

Desgarrador

“Nos dirigimos con celulares, linternas, con lo que teníamos, hasta el lugar del siniestro para primero tratar de parar los vehículos que podían venir de ambas direcciones por la ruta” porque eran ya casi las 11 de la noche y si bien había muy buena visibilidad “podía desencadenarse una tragedia aún mucho más grande”, explicó.

El momento crucial -subrayó- fue “cuando llegamos y nos encontramos con un cuadro desgarrador; yo me bajé a la banquina, recorrí unos 15 metros y cuando me acerco al colectivo me encontré de pronto con una persona que no tenía los brazos, más allá había otra que no tenía las piernas, realmente es muy difícil de narrarlo”.

Lo primero que “hicimos fue tratar de avisar a la policía de Calchaquí, de Margarita. Yo me puse en contacto con la gente del Samco de La Gallareta, donde vivo, por el tema de las ambulancias”, y que por esas circunstancias, venía en el contingente que había ido a ver el partido “el doctor Carlos Fascelli que también ayudó y nosotros lo ayudamos a subir a las personas que podíamos a los autos, a las camionetas, donde fuera. Todo el mundo se portó muy bien porque hasta que llegaron las ambulancias transportaban heridos a los nosocomios más cercanos”.

Todo sigue igual

¿Cambió algo desde aquel accidente fatal hasta hoy?, se le preguntó. Muy gráficamente respondió: “Parece que no ha pasado nada porque la Ruta 11 sigue siendo y estando de la misma manera, hace 27 años que soy árbitro de fútbol y que vengo viajando. En realidad cada vez que me toca dirigir sábados o domingos me doy cuenta de que nuestra vida pende de un hilo. El estado es igual de deplorable que cuando ocurrió el accidente. Se suma la imprudencia de tanta gente, de muchos camioneros sobre todo que con tal de pasar te tiran el camión encima”.

Lo que describió Miguel Sotelo es una realidad palpable, incontrastable. La Ruta Nacional 11 sigue refrendando a cada paso su vergonzante título de ser la “ruta de la muerte”. En todo su trayecto al norte de la capital provincial, pero muy especialmente hacia arriba de la línea imaginaria de Calchaquí, los accidentes con lesionados y fallecidos son moneda corriente. Y lejos de actuar como un factor apremiante para las obras necesarias, autovía, trocha adicional, entre otros aspectos, sólo engrosan estadísticas que de vez en cuando alguien desempolva, sin el éxito esperado.

El jueves 29 de marzo pasado, El Litoral publicó una nota reflejando la preocupación de vecinos de Malabrigo respecto de la Ruta 11, por el “desastroso estado en que se encuentra esta vía de comunicación del Mercosur, en un tramo de 27 kilómetros que unen esa ciudad con Vera”.

Fue a causa de una carta remitida al diario que enumeró las múltiples razones que la tornan en extremo peligrosa. “Presentan baches, roturas, ondulaciones, mal estado de las banquinas y otras irregularidades que tornan peligroso su tránsito, en una zona de mucha actividad comercial, industrial y de gran circulación” por los numerosos trámites que realizan habitantes de estas dos ciudades del norte santafesino.

Asimismo, la crónica daba cuenta de que el riesgo de su transitabilidad se agrava en los días de lluvia, ya que las anomalías que sufre la carpeta asfáltica son ocultadas por el agua, convirtiéndose en una trampa mortal. Lo mismo ocurre en horas nocturnas por su deficiencia en la iluminación.

No hay respuestas. Al punto que la calzada continúa en el mismo estado de abandono. Sólo algunos circunstanciales bacheos pretenden mejorar su traza, pero nunca llega la repavimentación necesaria, y en caso de que así ocurra, como en el tramo Malabrigo-Reconquista, dura menos que un suspiro hasta que las grietas, los baches y las “olas” vuelvan a pronunciarse.