Por Manuel Mudry.
Lamentablemente, cada día son más las quejas por el abandono que la obra social de los agentes públicos y municipales, coincidentemente con el exorbitante aumento de los medicamentos, que encima la obra social no reconoce, sembrando cada vez más angustia entre los afiliados que se ven obligados a sumar más gastos a sus menguados bolsillos a pesar del aporte mensual que los convierte en rehenes por un servicio que no está acorde a lo que debería ser.
El Instituto ha remozado su monumental edificio que no se condice con lo que ocurre en su interior, signado por la burocracia y la impotencia de quienes, a pesar de la humillación de sus ruegos, no reciben la atención adecuada.
La situación se torna más dramática cuando se trata de enfermedades crónicas, cuyos tratamientos son los más costosos y la vida pende de un hilo, como en el caso de diabetes y oncología, ya sin cobertura.
Es una vergüenza que cuando los gobiernos se llenan la boca hablando de la prioridad que tiene la salud, cada vez que la enfermedad apura tenemos que recurrir a la solidaridad de la misma gente, cuando no rogar que San Maratea salve las papas, sin contar los casos en que la familia del enfermo se ve obligada a vender sus bienes para pagar la medicación, cuando no pagar un estudio jurídico para que la Justicia resuelva a su favor y mientras esto transcurre el paciente se muere.
El aporte de cada agente siempre estuvo garantizado, aún en los dos años de pandemia, cuando los controles fueron interrumpidos pero el IAPOS siguió recaudando, con el considerable aumento de sus arcas.
Estamos a la buena de Dios y nadie se hace eco, ni siquiera la Defensoría del Pueblo se anima a ponerle cascabel al gato.
La gente recurre a los periodistas de la región, como última reserva para sus reclamos que nunca tienen la respuesta esperada.
Mientras tanto sigamos prometiendo cosas, armando listas, al mismo tiempo la gente se muere ya no por enfermedad sino por la impotencia que el mismo gobierno genera al abandonarlo a su suerte.