¿Suerte o milagro? Un pueblo santafesino lleva seis meses sin casos de COVID-19

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Primero se le plantaron a la brutal crecida de la laguna La Picasa y ahora ponen las mismas energías para esquivar a la pandemia de coronavirus.

Es llamativo y hasta los mismos pobladores no salen de su asombro: en seis meses desde que el COVID-19 “aterrizó” en el país, ellos solo tuvieron un caso sospechoso y no pasaron de ahí. Una persona con 38,5 de fiebre que por cuenta propia fue al médico, la internaron y el hisopado le dio negativo.

Nos referimos a Aaron Castellanos, una localidad de 400 habitantes ubicada a 460 kilómetros de la capital provincial. A la vera de la Ruta Nacional Nº 7, en el límite natural con la provincia de Buenos Aires, la pequeña comunidad se las arregla siguiendo al pie de la letra los protocolos que bajan tanto los gobiernos nacionales como el provincial.

Al cierre de esta nota (jueves por la tarde), de 365 municipios y comunas que componen la geografía santafesina, en 252 ya se registraron casos a lo largo de estos 180 días. Por ende, quedan 113 libres de COVID-19, entre los que aparece Aaron Castellanos.

Sus números son relevantes, si tenemos en cuenta que pese a la poca cantidad de habitantes, se encuentra en una zona caliente en cuanto a la escalada de contagios y la tercera en el país con mayor ocupación de camas en Unidad de Terapia Intensiva (UTI): el departamento General López. La cifra alarmante, se desprende de un informe oficial realizado por el Ministerio de Salud de la Nación; el sur santafesino solo es superado en este aspecto por General Roca (Río Negro) y Rosario.

“No sabemos si es suerte o qué”, asegura el presidente comunal Wualther Ramazín en comunicación telefónica a El Litoral. Nos atiende de buena manera por llamada, pero de ninguna manera quiere que vayamos a visitarlo personalmente: “Varios pueblos levantaron los puestos de control. Yo no los levanto. Si lo hago hoy después de 6 meses y entra un caso, el dedo acusador diría que soy el culpable”, reconoce.

Mientras que en toda la región del sur la “moda” es retirar los bloqueos y postas de control, Ramanzin no afloja. El pueblo se cierra de 22 a 6 de la mañana; solo se puede salir o entrar por urgencias. El resto de las horas, hay personal abocado en el único acceso que pregunta motivos de llegada, miden la temperatura corporal y desinfectan los vehículos. Hasta hace poco, los proveedores bajaban las mercaderías ahí mismo. Ni siquiera ellos entraban.

“Desde el primer día repartimos barbijos y alcohol en gel a todas las personas. La gente se concientiza. Por eso no sabemos cómo llamarlo, pese a que tomamos muchas precauciones”.

Una familia numerosa
Como toda pequeña localidad, se ven obligados a realizar los trámites más comunes o normales en la vecina ciudad de Rufino, otro de los puntos preocupantes en el extremo sur con 107 casos activos y 6 fallecidos. “Nosotros nos manejamos a diario con ellos, desde ir a la farmacia, bancos o a una ferretería”, grafica.

Aun sorprendido, recuerda que el gabinete interdisciplinario que normalmente prestaba servicios en el SAMCo (compuesto por una psicóloga, fonoaudióloga y asistente social), cuando la pandemia comenzó a cobrar fuerzas en General López, les pidieron que dejaran de viajar y suspendieron el servicio que tenían previsto para un jueves. El viernes, las tres profesionales avisaron que resultaron positivas de coronavirus. Otra vez la suerte se ponía del lado de Castellanos.

Solo tienen 5 comercios tradicionales o almacenes de ramos generales, sumado un puñado de instituciones: escuelas, centro de salud, comisaría, parroquia y un hogar de ancianos modelo que no llegaron a inaugurar. Es lo que hay.

El fuerte económico, es la pesca comercial (reglamentada) del pejerrey, de la que dependen directamente cerca de 50 familias. También, se sirven del campo, que en ese punto tuvo uno de sus mejores años, luego de sufrir varias inundaciones y sequías. En suma, al fin salió el sol.

“Mi miedo mayor es perder una persona por este virus, porque el pueblo es una gran familia. Lo que estamos haciendo desde el momento cero ayuda, pero el cuidado es personal. Respetamos todas las medidas, aunque hay un montón de factores que jugaron. La suerte va primero. No encuentro explicación”, admite. Y agrega: “No quiero que nadie me responsabilice. Por ejemplo, estoy llevando un paciente oncológico a Venado Tuerto y voy personalmente cada vez que le toca”.

Entre las estadísticas locales, se puede contabilizar a una decena de adultos mayores que pertenecen al grupo conocido como “de riesgo”. Además, entre los pasivos y las infancias, aumentó el número de viandas diarias que se distribuían, llegando ahora a más de un centenar de personas asistidas.

Por otra parte, aclara: “Un caso de COVID-19 acá, nos perjudica a todo el pueblo.  Vi en las ciudades gente sin barbijo, compartiendo mate o bebidas. Son cosas que no vemos en Aaron. La juventud de Castellanos es otra. El distanciamiento es otro. El aire es más libre”.

Finalmente, Ramanzin reflexiona: “Cada vez vamos aprendiendo más. No sé si lo hicimos bien o mal. Pero entiendo que los primeros en contagiarse siempre van a ser los más favorecidos. Los últimos, no sabemos si vamos a tener lugar. Antes sobraba espacio y médicos. Ahora la situación se pone cada vez más drástica. No sé en qué va a terminar si precisamos de un respirador”.

El Litoral (www.ellitoral.com)